sábado, 27 de octubre de 2012

LA CONCIENCIA DE LA MUERTE, 2

¿Se ha entendido esa historia que está el principio de la Biblia? No, no se ha entendido dicha historia, no se ha querido entender qué esconde detrás el mito de la creación del mundo. No es la muerte en sí misma lo que ocasiona la pérdida del Paraíso, sino el conocimiento de la muerte. Adán y Eva, esos dos seres mitológicos, ficticios, dejan de gozar del Paraíso imaginario, en el momento en que saben que van a morir. Pero este saber que vamos a morir, digámoslo una vez más, no es otra cosa que la conciencia, la conciencia de la muerte. Así pues, lo que ocasiona la pérdida de ese paraíso ficticio no es otra cosa que la conciencia de la muerte. 

    En el cristianismo todo es ficticio, imaginario, la realidad duele, por lo tanto, hay que tergiversar la realidad, se inventa un dios ficticio que ha alterado la realidad (realidad que él mismo ha inventado, ¡no lo olvidemos!), se inventa un mundo ficticio más allá de la muerte, se inventa un reino de dios, se inventa la culpa, se inventa a un demonio que ocasionó la pérdida de ese paraíso, ¡pero ese demonio no es otra cosa que la conciencia! Se inventa una redención, un pecado original que es absolutamente ficticio. En última instancia, no hay mayor pecado que atentar contra la vida, por tanto, podemos decir que el mayor pecado que ha existido es:-el cristianismo...

    En el cristianismo, todo se inventa, todo se tergiversa, la realidad misma es tergiversada, la realidad misma es negada, es falseada. Se dice que este mundo no existe, que no es real, que el mundo verdadero es ese ficticio que está más allá de la muerte. Esta tergiversación de la realidad, esta huida hacia adelante de la realidad, este inventar mentiras que niegan la realidad, que niegan la naturaleza, tienen un mismo origen: el resentimiento contra la vida, el odio contra la Naturaleza, contra la sana sexualidad. Pero ya hemos dicho que este resentimiento surge de la conciencia, que es la conciencia de la muerte la que engendra y reprime esta hostilidad contra la vida. Por tanto, podemos decir que es la conciencia la que tergiversa la realidad, es la conciencia la que odia la realidad, e inventa patrañas para falsear esa realidad... Pero negar la realidad, falsearla, comporta la locura... La conciencia es, pues, la mayor locura del hombre... 

viernes, 19 de octubre de 2012

LA CONCIENCIA DE LA MUERTE, 1

Digámoslo de una buena vez: la conciencia es la mayor locura del hombre. Digamos de una buena vez qué es la conciencia, y qué no es conciencia. La conciencia no son todas esas patrañas infantiles, patrañas que han utilizado esos charlatanes (que se las dan de filósofos), para consolar a los niños y a las viejecillas. La conciencia no son esas patrañas consoladoras que nos han contado Descartes, Platón y Hegel. No, ha llegado el día en que nosotros los hiperbóreos hemos de desenmascarar a esos charlatanes de fieras, que se hacen llamar filósofos. Ha llegado el día y la hora para quitar ese tupido velo que los filósofos han puesto encima de la conciencia, o para decirlo mejor: han convertido a la conciencia en un velo que lo cubre todo, que no deja ver nada. La conciencia no es eterna, la conciencia no es el principio ni el final, no es el alfa ni el omega, la conciencia no es la medida de todas las cosas: no debería serlo, pues tergiversa la realidad para adecuarla a sus obsesiones delirantes. La conciencia es un fallo, la conciencia es un error, la conciencia es la mayor enfermedad del hombre, la conciencia es lo que engendra y genera el mayor mal de la humanidad. 

La conciencia no es el conocimiento de sí mismo que tiene el hombre, en última instancia, la única certeza de la conciencia es la muerte. La conciencia no es sino conciencia de la muerte. No se ha entendido nada sobre la conciencia, no se ha viviseccionado a la conciencia, no se ha analizado a la conciencia con la paciencia de un orfebre, ni con la mirada valiente del águila. No se ha estudiado los síntomas de la conciencia como un médico estudia la sintomatología de una enfermedad. Digamos, pues, en principio, que la conciencia es el conocimiento certero de nuestra propia muerte. Digamos, pues, que la conciencia engendra la mayor enfermedad del hombre, a saber:- la hostilidad hacia la vida. 

La conciencia engendra el miedo a la muerte, el miedo a la fugacidad del tiempo, el miedo, por qué no decirlo, a la eternidad. Y sin embargo, esa misma conciencia reprime su alimento, reprime sus orígenes, no quiere saber nada de ese niño deforme, horrendo, esperpéntico, que ha creado. La conciencia no quiere saber nada, no se entera de nada, la conciencia se engaña a sí misma. La conciencia engendra la hostilidad hacia la vida, la terrible, dura y problemática venganza contra la vida y la muerte, y no obstante, reprime esa hostilidad, que permanece latente durante toda la vida. La conciencia reprime el odio hacia la vida, sin embargo, deja libre toda la animadversión hacia la sana sexualidad, que es, no lo olvidemos, el origen de la vida. La conciencia es tan perversa, tan falsa, que reprime todos los actos de la sexualidad, excepto aquello que la lastima, aquello que la hiere, aquello que abomina: el nacimiento. Durante dos mil años, una secta infame que se hace llamar a sí misma la Iglesia Católica, ha despotricado contra todo acto sexual que no sirve a la procreación... ¡Por San Aristófanes! ¡Es precisamente la procreación, su propio nacimiento que tanto detestan los sacerdotes, lo que engendra ese odio hacia la sexualidad!... La conciencia es la mayor locura del hombre:-por  odio hacia la vida, se prohíbe el uso del preservativo...